Oda a la Luna


La Luna quiere juntar a los amantes.

Pero ellos no se dan cuenta de su desmesurada intención y reniegan de sus caricias que como emociones mueven las olas del mar de los deseos.

Por eso es que, ella no tiene más que una cara. Muchos dicen conocer la otra, pero mienten, mienten de la misma forma en que mienten al creer saber lo que el profundo deseo suplica.

La Luna mengua y saborea la oscuridad con su lengua plateada. Para luego esparcir su saliva, polvo de estrellas, sobre las nubes traviesas que desencadenan los aguaceros sobre las ciudades, donde los apurados transeúntes huyen de ella, del mismo modo en que huyen del amor.

Y cuando la Luna crece, crece también la luz de las flores. Sí, las flores existen porque son pedazos de ella, o talvez son hijas legítimas de su luz. O probablemente son las nuevas lunas con las que los campos florecen.

Por eso los amantes regalan flores, regalan un poco de Luna, regalan un poco de inocencia, regalan un poco de mar. Se regalan un poco de sí. Se vuelven momentáneamente una luz de plata en el cielo que crece y mengua como las pupilas de sus ojos.

A veces te tomo entre mis manos ¡Oh Luna de papel! Y te escribo, te sueño, te toco y te amo. Te grito y te silencio. Te aullo, para regresar a ser el hombre que te espía cada noche por la celosía de sus ojos para verte desnuda sin el ropaje cruel de mi poesía.

Hoy, solamente soy el que mira tu escultural redondez, y te ve pasar coqueteando por esta noche que llena mi íntima soledad con los versos de los trovadores lunáticos que te miran y recuperan la locura.

Otaner

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